Un desorden providencial

Hoy la #epistoria va de hongos. Y de un pintor aficionado ascendido a capitán del Ejército Real Británico en la Gran Guerra nacido campesino y escocés en 1881. Ésta es la historia de un desorden providencial que a la postre salvaría millones de vidas.

«El investigador sufre las decepciones, los largos meses pasados en una dirección equivocada, los fracasos. Pero los fracasos son también útiles, porque, bien analizados, pueden conducir al éxito»

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Alexander Fleming nació en Darvel, Escocia, el 6 de agosto de 1881, hijo de Hugh Fleming (1816-1888) y Grace Stirling Morton en (1848-1928). Alexander fue el séptimo de ocho hermanos. De familia campesina, tras la muerte de su padre, con 13 años marcha a Londres.

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En aquel entonces, Alex quería alistarse en el ejército y así lo hizo. En el año 1900 se alistó en un regimiento con la intención de participar en la Guerra de los Boers pero esta guerra terminó antes de que Fleming pudiera desplazarse. Con 20 años, Fleming decidió estudiar medicina. Consiguió una beca en el St. Mary’s Hospital Medical School, donde se graduaría en 1908.

Allí se convirtió en bacteriólogo asistente de sir Almroth Wright, pionero en vacunas e inmunología. Fleming fue un alumno extraordinario y en 1908 logró la medalla de oro de la Universidad de Londres y comenzó a dar clases en el St. Mary’s hasta 1914

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Durante la Primera Guerra Mundial, Fleming sirvió en el Cuerpo Médico del Ejercito Real en el frente occidental, en Francia, y a su regreso obtuvo el puesto de profesor de Bacteriología en la Universidad de Londres.

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Aunque el concepto de bacteria había existido desde que Antonie van Leeuwenhoek lo describió por primera vez en 1683, no fue hasta finales del siglo XIX que Louis Pasteur confirmó que las bacterias causaban enfermedades.

Primeros descubrimientos. Fleming fue uno de los primeros médicos en Gran Bretaña en administrar arsfenamina (Salvarsan), un fármaco eficaz contra la sífilis que fue descubierto por el científico alemán Paul Ehrlich en 1910.

Durante la 1ª GM, junto a Wright, demostraron que el uso de antisépticos fuertes en las heridas era inadecuado y recomendó que las heridas simplemente se mantuviesen limpias con una solución salina suave.

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Su primer gran descubrimiento vino con la lisozima. Fue en 1922, y ocurrió cuando logró probar que la secreción nasal podía disolver determinados tipos de bacterias. Demostró después que dicha facultad dependía de una enzima activa, la lisozima.

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Pero por lo que se conoce a Sir Alexander Fleming es por el descubrimiento de Su «Medicina maravillosa».

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«A veces uno encuentra lo que no busca. Cuando me desperté después del amanecer del 28 de septiembre de 1928, desde luego no planeaba revolucionar los medicamentos al descubrir el primer antibiótico del mundo, o el asesino de bacterias. Pero supongo que eso fue lo que hice».

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La Penicilina Fue en 1928, fruto de un providencial desorden. En una mañana de septiembre de 1928, Alexander Fleming se sentó en su banco de trabajo en el Hospital St. Mary’s después de regresar de unas vacaciones en el Dhoon (su casa de campo) con su familia.

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Fleming estaba estudiando algunas colonias de estafilococos, unas bacterias que se encuentran de forma natural en nuestro organismo, aunque algunas especies son patógenas.

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Antes de irse de vacaciones, Fleming había apilado varias de sus placas de Petri, en un descuido. Y, observó las placas y se dio cuenta de algo: había zonas en las que las colonias de bacterias habían desaparecido. Ahí había entrado algo capaz de matar a las bacterias.

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Podía tratarse de una contaminación. Un moho. Fleming pasó varias semanas cultivando más moho e intentando determinar la sustancia particular en el moho que mató a la bacteria.

Las colonias que rodeaban al hongo habían sido destruidas, mientras que otras más lejanas estaban intactas. Identificó el moho como perteneciente al género Penicillium (Penicillium notatum) y, después de algún tiempo de «jugo de moho», el 7 de marzo de 1929 la llamó penicilina.

Lamentablemente, la penicilina tardó todavía unos quince años en convertirse en el agente terapéutico de uso universal que había de llegar a ser. Fleming no pudo aislar el elemento antibacteriano activo, y no pudo utilizarlo en humanos.

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No fue hasta 1940, cuando investigaciones desarrolladas en Oxford por el equipo que dirigieron el patólogo australiano Howard Florey y el químico alemán Ernst B. Chain, obtuvieron los primeros resultados satisfactorios con pacientes humanos.

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Para los estudios con animales y el ensayo clínico necesitaban purificar unos 500 litros de caldo de cultivo a la semana. Este increíble trabajo lo hacía un grupo de mujeres, las llamadas “chicas de la penicilina”, que cobraban 2 libras a la semana.

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El desarrollo de la Segunda Guerra Mundial determinó que se destinaran a las investigaciones recursos lo suficientemente importantes como para que, ya en 1944, todos los heridos graves de la batalla de Normandía pudiesen ser tratados con penicilina.

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Como la II Guerra Mundial impedía seguir con la investigación en Europa, las farmacéuticas inglesas cedieron sus resultados a EEUU. Era vital contar con penicilina, ya que los alemanes ya usaban la sulfamida, resultado de los estudios de Gerhard JP Domagk (1895-1964).

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Fleming, por sus trabajos con la penicilina recibió recibió el #NobelPrize en 1945 de Fisiología y Medicina, junto con los científicos británicos Howard Walter Florey y Ernst Boris Chain por sus contribuciones al desarrollo de la penicilina.

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Fleming fue miembro del Chelsea Arts Club, un club privado para artistas fundado en 1891 por sugerencia del pintor James McNeil Whistler. Aún existe.

Se cuenta como anécdota que Fleming fue admitido después de realizar «pinturas de gérmenes», pinturas que consistían en pincelar el lienzo con bacterias pigmentadas, las cuales eran invisibles mientras pintaba pero surgían con intensos colores después de incubar el lienzo.

Llegó a ser Rector de la Universidad de Edimburgo, miembro de la Royal Society en 1942 y el de académico de honor de la Real Academia de Medicina de Barcelona y varias condecoraciones como la Medalla al Mérito, condecoración civil que es concedida por el Presidente de EU.

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Hoy día, existe un Laboratorio Museo, que alberga el Laboratorio de Alexander Fleming, y que fue inaugurado por Peter Brook, Secretario de Estado del Patrimonio Nacional, el 21 de septiembre de 1993. Está situado en el histórico Hospital londinense de St. Mary.

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Alexander Fleming, el padre de la penicilina, murió el 11 de marzo de 1955 a los 74 años de edad en su casa de Londres tras sufrir un ataque al corazón. Su cuerpo fue enterrado como un héroe nacional en la cripta de la catedral de San Pablo.

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Y nada más. Como siempre, si han llegado hasta aquí el mérito no es mío sino suyo.

Gracias por leer.

En el 200 º aniversario de su nacimiento, Louis Pasteur.

Hoy les hablaré de #epidemología. De pollos y cervezas. Y de un señor que quiso ser profesor de arte. Y que al final salvó millones de vidas En el 200 º aniversario de su nacimiento, Louis Pasteur.

«Louis Pasteur no fue médico ni cirujano, pero nadie ha hecho tanto como él en favor de la medicina y de la cirugía» Henri Mondor.

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El 27 de diciembre de 1822, en la pequeña localidad de Dole, al este de Francia, nacía un niño, que a diferencia del área en el que acabaría destacando, se decantaba de pequeño por el arte, en especial por la pintura, por lo que su aspiración de joven era ser profesor de arte.

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Su padre, Jean-Joseph, y ex oficial del ejército de Napoleón, tenía una curtiduría, en una casa de la calle de los Curtidores. En la época en que nació Pasteur, en esta zona aún se conservaba el estilo de vida gremial.

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Su madre, Jeanne-Stéphanie Roqui, aportó a la familia una pequeña herencia que motivó el traslado a Arbois, no muy lejos de Dôle donde la familia volvió a montar otra curtiduría.

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Su padre lo obligó a cursar estudios secundarios en el Liceo de Besançon, donde consiguió el título de bachiller en letras en 1840 y en ciencias en 1842.

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Ese mismo año fue admitido en la Escuela Normal Superior de París, pero con una baja puntuación, que al año siguiente mejoró. Estudió química bajo la dirección de Dumas y Balard, y en 1847 se doctoró en física y química.

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En 1854, sería nombrado decano de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Lille. Desde entonces la química fue su ámbito de estudio y el camino por el que alcanzaría todos sus éxitos.

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Los descubrimientos de Pasteur son extensísimos. Gran cantidad de los avances del último siglo en medicina preventiva, higiene, salud pública, atención al enfermo, y vacunas son herencia directa de los descubrimientos y aportaciones de Pasteur.

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En sus primeros años Pasteur estaba dedicado al estudio el ácido tartárico y el ácido paratártarico, una sal depositada en forma de costra o tártaro en los barriles y corchos durante la fermentación de la uva.

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Esta sustancia parecía existir en dos formas de idéntica composición química pero con propiedades diferentes, dependiendo de su origen: el ácido tartárico proveniente de seres vivos (por ejemplo, el que existe en el vino) era capaz de polarizar la luz, mientras que el producido sintéticamente no lo hacía a pesar de contar con la misma fórmula química. Este hallazgo le valió al joven químico la concesión de la Legión de Honor, con solo 26 años de edad.

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En 1848 se casó con Marie Laurent,hija del Rector de la Univ. de Estrasburgo,la cual actuó como asistente en sus investigaciones científicas durante el resto de su vida y con la que tuvo cinco hijos, tres de los cuales fallecieron tempranamente de tifus.

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Pasteur concentra sus esfuerzo posteriormente en el estudio de las fermentaciones. Hacia 1850 las fermentaciones y putrefacciones eran consideradas como debidas a la presencia de «fermentos», sin dar cabida a los microorganismo como facilitadores.

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La sospecha de la implicación de la vida en la fermentación comenzó con el estudio de la actividad óptica del alcohol amílico. Pasteur decía que el grupo molecular del alcohol amílico estaba demasiado distante del azúcar para que, si derivaba de éste, retuviese una disimetría en la ordenación de sus átomos. Sus investigaciones acabaron confirmando sus sospechas. Algunos de sus contemporáneos, incluido el eminente químico alemán Justus von Liebig, insistían en que la fermentación era un proceso químico y que no requería la intervención de ningún organismo.

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Pero Pasteur descubrió que, en realidad, intervenían dos organismos —dos variedades de levaduras— que eran la clave del proceso. Uno producía alcohol y el otro, ácido láctico, que agriaba el vino. Consiguió eliminar los microorganismos que pueden degradar al vino, la cerveza o la leche, después de encerrar el líquido en cubas bien selladas y elevando su temperatura hasta los 44 ºC durante un tiempo corto.

A pesar del rechazo inicial de la industria ante la idea de calentar vino, finalmente consiguió demostrar la efectividad del procedimiento. Había nacido así la pasteurización, el proceso que actualmente garantiza la seguridad de numerosos productos alimenticios del mundo.

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Las investigaciones sobre la fermentación habían llevado a Pasteur a preguntarse si aquellos microorganismos que intervenían en la misma se formaban de manera espontánea o procedían del entorno y, para resolver la cuestión, ideó un experimento consistente en introducir material nutritivo esterilizado mediante calor en diversos recipientes; todos ellos fueron sellados para impedir la contaminación por el aire local.

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El resultado fue que en los recipientes en los que se introducía aire húmedo se producía una rápida putrefacción de la materia orgánica pero en aquellos donde el aire introducido contenía poca humedad, prácticamente no había alteración de la materia original. De esto, Pasteur dedujo que el aire está cargado de gérmenes de microorganismos que se desarrollan en contacto con la materia orgánica en las condiciones ambientales adecuadas. La idea de que todo organismo proviene de otro (omne vivum ex vivo) supuso una revolución no solo en el mundo de la microbiología, sino de la biología en general. La publicación de sus conclusiones en 1860 supuso la definitiva liquidación de la teoría de la generación espontánea.

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En 1880, Pasteur estaba experimentando con pollos para determinar los mecanismos de transmisión de la bacteria responsable del cólera aviar. Junto con su ayudante, Charles Chamberland, inoculaban la bacteria (Pasteurella multocida) a pollos y evaluaban la enfermedad.

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‘Dicen’ que Pasteur iba a tomarse vacaciones, y que encargó a Chamberland que inoculase a un grupo de pollos,pero que Chamberland olvidó hacerlo, y se fue de vacaciones también. Cuando ambos volvieron al cabo de un mes, los pollos estaban sin infectar, y el cultivo de bacterias intacto pero debilitado. Chamberland inoculó a los pollos de todos modos y los animales no murieron. Desarrollaron algunos síntomas, y una versión leve de la enfermedad, pero sobrevivieron.

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En lugar de matar a los pollos, Pasteur decidió no hacerlo pusto la idea de una versión débil de la enfermedad causante de la inmunidad a su símil virulenta era conocida desde 1796 gracias a Edward Jenner y Pasteur conocía los hechos. Expuso a los pollos una vez más al cólera y nuevamente sobrevivieron pues habían desarrollado respuesta inmune. Llamó a esta técnica vacunación en honor a Edward Jenner.

Éstas fueron las primeras vacunas de patógenos artificialmente debilitados. A partir de ese momento no hacía falta encontrar bacterias adecuadas para las vacunas, las propias bacterias de la enfermedad podían ser debilitadas y vacunadas.

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En 1881, hizo una demostración dramática de la eficacia de su vacuna contra el carbunco, inoculando la mitad de un rebaño de ovejas mientras inyectaba la enfermedad (Bacillus anthracis) a la otra mitad. Las inoculadas con la vacuna sobrevivieron, el resto, murió.

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Durante los años siguientes Pasteur siguió realizando pruebas con animales, hasta que en 1885 se presentó la ocasión para hacer el primer ensayo en humanos, aunque fue de nuevo a causa de un accidente. Un niño, Joseph Meister, había sido mordido por un perro afectado por la rabia, una enfermedad nerviosa cuya letalidad es casi del 100%, por lo que si había sido infectado, probar a vacunarlo era su única posibilidad de salvación.

https://www.who.int/es/news-room/commentaries/detail/new-global-strategic-plan-to-eliminate-dog-mediated-rabies-by-2030

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Pasteur tomó una decisión muy arriesgada, ya que no era médico ni su vacuna estaba suficientemente probada; para su suerte y para la del niño, el tratamiento funcionó.

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En sus estudios contra la rabia, utilizaba conejos infectados con la enfermedad, y cuando estos morían secaba su tejido nervioso para debilitar el agente patógeno que la produce, que hoy sabemos que es un virus.

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El apoyo popular hizo posible la construcción del Instituto Pasteur, fundado en 1888, que gozaría a partir de entonces de un justificado prestigio internacional.

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Con la salud muy debilitada (venía padeciendo una hemiplejía desde 1868), en 1892 recibió en la Sorbona un solemne homenaje con motivo de su septuagésimo aniversario; tres años después, el insigne científico falleció en Marnes-la-Coquette.

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Y nada más, Si han llegado hasta aquí, el mérito no es mío sino suyo.

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Edward Jenner y la curiosidad

El 17 de mayo de 1749, nacía en la localidad inglesa de Berkeley Edward Jenner. con 21 años, Edward inició sus estudios en el Hospital de San Jorge de Londres, donde fue discípulo del famoso cirujano y anatomista John Hunter.

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Cuando Jenner regresó a Berkeley, la epidemia de viruela que afectaba a la población ya había provocado numerosas muertes. Para finales del SVIII, 4000000 personas morían de viruela al año y un tercio de los supervivientes quedaban con ceguera a causa de la afectación corneal.

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El virus de la viruela pertenece a la familia Poxviridae, subfamilia Chordopoxvirinae del género Orthopoxvirus. Foto de @microBIOblog

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Por entonces se sabía que los que sobrevivían a la enfermedad quedaban inmunizados, por lo que una medida preventiva común era infectar a personas sanas con material extraído de personas enfermas, conocido como variolización.

El 14 de mayo de 1796, Jenner decidió inocular a un niño de ocho años llamado James Phillips un poco de materia infectada que obtuvo de una persona que padecía la viruela bovina.

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El niño tuvo fiebre leve que desapareció en días. Meses más tarde, Jenner volvió a inocular a James Phillips, pero esta vez con viruela humana para comprobar si el niño desarrollaba la enfermedad. Los resultados le dieron la razón y el niño ni contrajo la enfermedad ni murió.

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Pero no todo eran éxitos. Muchas personas tras la ‘variolización’ fallecían y también trasmitían la enfermedad a otros. Así que Jenner se interesó por descubrir un método más seguro y mejor que ese para prevenir la viruela. Observó a ordeñadoras, mujeres encargadas de ordeñar a las vacas, que a menudo desarrollaban una enfermedad leve, denominada por entonces ‘viruela de las vacas’ y que durante los brotes de viruela, parecían no contraer la enfermedad humana.

En 1768, Jenner escuchó a una ordeñadora decir algo como: «Yo nunca tendré la viruela porque he tenido la viruela bovina, nunca tendré la cara marcado por la viruela» Por supuesto, sólo eran observaciones sin ningún aval científico, pero a Jenner le picó la curiosidad.

Él tenía la hipótesis de que la viruela de las vacas podría proteger de algún modo frente a la viruela humana. Y esa curiosidad llevó a Jenner a estudiar si esa hipótesis era cierta o no. En aquellos años, ya había gente que hacía contraste de hipótesis.

En este cuadro, una ordeñadora, Sarah Nelmes, se está vendando la mano de la que le acaban de extraer material de la viruela de las vacas. Jenner está administrándolo a James Phillips. Y lo hizo de nuevo 6 semanas después.

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Más allá de cuestiones éticas, impensables hoy día, tras aquella primera ‘vacunación’ el niño no contrajo la enfermedad. Con todo, Edward Jenner explicó este procedimiento en un escrito llamado «Investigación sobre las causas y los efectos de la vacuna de viruela «

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A pesar de que el experimento se realizó con 23 personas más obteniendo el mismo resultado exitoso, la Asociación Médica de Londres se opuso al tratamiento con el argumentando que con este método los pacientes podrían convertirse poco a poco en ganado vacuno.

Jenner llegó a inocular la vacuna a su propio hijo logrando los mismos buenos resultados.

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Jenner al final de su carrera prefirió regresar a Berkeley y llevar allí una vida tranquila. Recibió numerosas distinciones que le permitieron vivir holgadamente en su localidad natal, e incluso fue nombrado médico del rey Jorge IV en 1821.

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En 1967 la @opsoms inició campañas internacionales para erradicar la viruela utilizando vacunas con el virus bovino. En 1980, se certificó la erradicación de la viruela. Esta foto es la declaración oficial de dicho acontecimiento.

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Me ha llamado especialmente la atención, en el documento enlazado arriba, el último capítulo, 31, sobre lecciones aprendidas y beneficios. Allí se menciona a Edward Jenner, en un merecido y emocionante homenaje a su labor y descubrimiento.

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En España, el Dr. Balmis convenció a Carlos IV de la importancia de financiar el traslado de la vacuna a América en la la 1ª misión humanitaria de la historia, bautizada oficialmente como Real Expedición Filantrópica de la Vacuna. Pero lo contaremos en otro #epistorias.

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¿Contagian menos los vacunados para la COVID19?

Este artículo ha sido publicado en @The conversation

El pasado 6 de agosto los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU. emitieron una recomendación sobre el mantenimiento de mascarillas en interiores. Se basaban en un informe en el que se hablaba de que los vacunados tenían la misma carga viral en sus vías respiratorias altas que los no vacunados. Desde entonces, la polvareda que se ha levantado al respecto ha sido considerable. Algunos han aprovechado, en un alarde de imprudencia falaz e insensata, para asegurar que, si esto es así, la utilidad de vacunarse queda en entredicho.

El informe de la discordia

En el  informe del pasado 6 de agosto, la agencia americana mostraba un estudio realizado con datos del estado de Massachusetts, en el que se analizaban 469 personas positivas en covid-19 en dicho estado y en el que un 74 % correspondía a pacientes ya vacunados. El gráfico más polémico es el que se muestra abajo.

En él se observa que en el grupo de personas vacunadas se detecta la misma cantidad de virus en la garganta y vías altas que en aquellos no vacunados. Es decir, que tienen similares cantidades de ARN viral.

La conclusión más inmediata, y de la que se han hecho eco muchos medios, es que las personas vacunadas contagian igual que las no vacunadas. Esto no es exactamente así.

Carga viral y contagiosidad

Hasta el momento, las técnicas moleculares de detección de ARN del virus a través de la tecnología de RT-PCR y los test de detección de proteínas y antígenos virales son los principales métodos de detección del virus SARS-COV-2. Su principal objetivo es el diagnóstico de pacientes infectados. Ambos presentan limitaciones y ventajas según uso, frecuencia y estado del paciente, sintomático o asintomático.

En relación con la RT-PCR, varias son las publicaciones donde se muestra que el valor de Ct, o la carga viral relativa, a nivel individual, no puede predecir la transmisibilidad del virus.

Por otro lado, los test de antígenos presentarían como principal limitación el elevado porcentaje de falsos negativos (el cual podría ser incluso mayor frente a las variantes) de los mismos durante el periodo de incubación o estado presintomático del paciente infectado según datos recientes.

Una revisión reciente analiza si las técnicas de RT-PCR y los test de antígenos podrían predecir la infectividad del virus SARS-CoV-2. Su conclusión es que, por el momento, ninguna de estas técnicas por sí solas podrían predecir la capacidad de contagio del paciente. Por lo tanto, sería necesario establecer un contexto clínico asociado a los síntomas y el tiempo de evolución para informar sobre la interrupción del aislamiento en pacientes con covid-19.

Además, sería necesario desarrollar un método sensible y rápido para detectar la presencia de virus con el fin de identificar a las personas asintomáticas y presintomáticas, que pueden tener una carga viral baja pero que aún pueden ser infecciosas. Resultados preliminares esperanzadores han sido obtenidos a partir de técnicas moleculares utilizando muestras de saliva.

Vacunas intramusculares e intranasales

Las vacunas actuales, de administración intramuscular, actúan a nivel sistémico. Entrenan al organismo y lo dotan de instrucciones para que seamos capaces de generar defensas que nos protejan ante una posible y futura exposición al virus, una vez ya ha infectado a la persona y penetrado en el organismo. Son extraordinariamente efectivas para evitar que, aunque adquiramos el virus, este nos enferme; pero no están diseñadas para evitar que nos infectemos.

De otro mecanismo diferente son aquellas vacunas que se administran vía intranasal, como la que está desarrollando el CSIC. Estas actúan previniendo la infección en buena medida. Para ello, facilitan la expresión de cierto tipo concreto de anticuerpos, llamados IgA. Al administrar la vacuna por vía nasal, justo en la puerta de entrada del virus –la mucosa oral y respiratoria–, se generan esas IgA que neutralizan al patógeno justo antes de entrar al cuerpo. Esto previene la infección.

Esto no ocurre teóricamente con vacunas intramusculares porque actúan a otro nivel.

Nos vendrían muy bien vacunas que bloqueasen completamente la infección para que, una vez vacunados, tampoco fuéramos capaces de transmitirla o, dicho de otro modo, de ser contagiosos para otros. Esto, en mayor o menor medida (mucho menor probabilidad de que esto ocurra si estamos vacunados que si no lo estamos), sí que ocurre ahora. En China, la empresa CanSino ya tiene publicados los resultados del ensayo clínico de fase I de su vacuna aerosolizada de vector viral.

Pero no deberíamos subestimar las vacunas actuales. Ya tenemos datos preliminares de que incluso las intramusculares generan ese tipo de anticuerpos, las IgA, en saliva y mucosa oral, aunque sean más propios de las vacunas intranasales, más enfocadas a defendernos en la misma puerta de entrada del virus.

¿Es verdad que los vacunados pueden contagiar igual que los no vacunados?

A pesar de que inicialmente las vacunas que están disponibles actualmente no han sido diseñadas para prevenir la infección, ahora sabemos que todas tienen en cierta medida esa capacidad tras la pauta completa.

En un estudio realizado por el Instituto Pasteur recientemente, los investigadores han estimado que las personas no vacunadas tendrían un riesgo del orden de 12 veces superior de transmitir el virus que aquellos que sí se han vacunado.

En otro estudio, realizado en Estados Unidos con 204 sanitarios que atendían a pacientes en primera línea y que fueron positivos, las vacunas de ARNm fueron altamente efectivas en prevenir la infección por SARS-CoV-2. Solo se detectaron 5 casos en personas completamente vacunadas, quienes mostraron una menor carga viral, magnitud de los síntomas y duración de la enfermedad con respecto a los parcialmente vacunados o no vacunados.

En esta línea, un trabajo del Imperial College de Londres (Reino Unido), en una situación de variante delta mayoritaria, las personas completamente vacunadas tendrían una reducción del 50-60 % del riesgo de infección (incluso asintomática) frente a no vacunados.

Aquí en España, un estudio realizado entre personal sanitario y sociosanitario, las personas vacunadas mostraron una reducción del riesgo de infectarse de entre 80-90 %.

Asimismo, en Holanda, una investigación realizada para analizar la efectividad de la vacuna para evitar la transmisión entre vacunados y contactos cercanos del hogar concluyó que éstas mostraban un efectividad contra la transmisión de alrededor del 70 %.

Es decir, las personas vacunadas completamente son menos contagiosas que las que no se vacunan, y además, según datos compartidos hace unos días, todavía pendientes de revisión por pares, los vacunados eliminarían de su organismo el virus de forma mucho más rápida que los no vacunados. Esto incluso en presencia de la variante delta predominante.

En otras palabras, si se ha vacunado, va a ser bastante menos contagioso para otros que si no lo ha hecho. El virus se elimina de su cuerpo más rápido. Incluso si su infección es por delta.

¿Siguientes pasos?

A la vista de los resultados observados, parece claro que las vacunas actuales, a pesar de que no estaban pensadas para ello, son capaces de evitar en cierta medida la transmisión del virus entre personas vacunadas. Hay discrepancias en los datos, seguramente debidas a las diferencias entre las poblaciones en las que se estudia este punto, las variantes circulantes, la prevalencia de vacunación y otros factores.

Se desconocen los mecanismos concretos que ocasionan este hecho. Uno de ellos podría ser la presencia de IgA en saliva y mucosa oral tras la administración, aunque no podemos estar seguros. Faltan datos para asegurarlo.

En todo caso, que seamos capaces de disminuir la transmisión entre personas vacunadas nos va a ayudar a controlar de forma más rápida la pandemia, sin menoscabo del cumplimiento de otras medidas como el uso de mascarillas en interiores, ventilación y otras medidas no farmacológicas.

No olvidemos que las medidas que tomamos tienen un carácter aditivo, es decir, sus efectos se van sumando. A pesar de la extraordinaria utilidad de las vacunas como herramienta de control de la pandemia, el porcentaje global de vacunación aún debe subir más. No olvidemos que estamos en una etapa de la pandemia en la que la variante delta, mucho más transmisible y con una dominancia dirigida sobre todo por su diseminación desde asintomáticos y/o presintomáticos, nos obliga a estar vigilantes y proactivos. Si queremos acabar con esta pandemia, debemos proporcionar acceso a las vacunas a países y zonas sin esa posibilidad en la actualidad.